No Love, no gain (Sin amor non hay victoria)

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Considero el deporte como gran don de Dios, en el cual Él nos va moldeando y nos invita a crecer como personas, dandonos la posibilidad de ser instrumentos Suyos. No vamos sólo a nadar (escogiendo sólo una disciplina), pues al compartir el deporte con otros también desarrollamos virtudes y tenemos la posibilidad de dar testimonio de nuestra fe al reconocer que este don no nos ha sido dado por casualidad sino que para poder ser activos colaboradores de Dios en la sociedad que nos rodea.

Así como hay frases que nos alientan en la vida espiritual, también las hay en el deporte, que de alguna manera nos desafían e invitan a ir más lejos en nuestros entrenamientos en búsqueda de la meta anhelada: Just do it, Impossible is nothing, Harder is better y tantas otras, donde muchas de ellas nos dan a entender que el poder de lograr lo propuesto depende exclusivamente tanto de nuestras habilidades físicas y mentales, como de si fuésemos los únicos constructores y dueños de nuestros sueños.

Sin embargo, hace unas semanas regresé a los duros entrenamientos en pos de mi primer IronMan, donde los momentos de dolor han sido inevitables y muchas veces el entrenador alentándome me decía: “no pain no gain”. Esta frase siempre me ha llamado la atención porque, ¿De qué sirve ese dolor físico? ¿Es simplemente para alcanzar una “ganancia” deportiva? ¿Y después, seremos más ágiles o tendremos la posibilidad de ir más allá? Desde una mirada de Fe el dolor es un medio –no fácil, pero sanador- que nos ayuda a crecer y nos va purificando para así acercarnos hacia la meta de encontrarnos un día con Dios. El dolor lo aceptamos porque es permitido por un Dios Amor –¡sí! es un misterio, –pero no uno cualquiera, sino un misterio de Amor y de Fe que nos ayuda a sobrellevar el sufrimiento.

Si Dios nos regaló el deporte como medio para hacernos crecer como personas y a su vez ser mejores instrumentos Suyos ¿podremos darle mayor sentido al inevitable “dolor deportivo” en el cual nos encapsulamos, que permitiéndole que nos haga ser mejores personas moldeando a Su imagen este equipo indisoluble que son cuerpo y alma? Meditaba sobre esto durante unos entrenamientos cuando recordé un vecino de 2 años que padece cáncer, ofreciéndole en ese instante mi dolor. Esto se asemeja al ejercicio de quitar el foco de atención de lo que nos molesta para dirigirlo a otras imágenes, lo cual ya he probado y funciona, pero en este caso puntual nos transporta a otra dimensión, casi como si el dolor se aliviase al sentir la calidez del amor, comprendiendo ahí que podemos transformar el inevitable dolor deportivo, por el cual debemos cruzar para crecer, en una maravillosa donación de amor dándole así un nuevo y bellísimo fin.

El dolor existe, es real y muestra nuestra debilidad. Pero no se gana del dolor: se crece, se mejora, se supera, pero la única ganancia que perdura, que es incorruptible y nos hace más completos como personas es el amor. Al ofrecer ese dolor deportivo de alguna manera nos unimos a ese prójimo que sufre y nos libera de nuestro yo a veces tan traicionero y egoísta dándonos la maravillosa posibilidad de transformarlo. Como dice San Juan Pablo II al inicio de la Carta Apostolica “Salvifici Doloris”, “Suplo en mi carne —dice el apóstol Pablo, indicando el valor salvífico del sufrimiento— lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia”. La alegría deriva del descubrimiento del sentido del sufrimiento; tal descubrimiento, aunque participa en él de modo personalísimo Pablo de Tarso que escribe estas palabras, es a la vez válido para los demás. El Apóstol comunica el propio descubrimiento y goza por todos aquellos a quienes puede ayudar —como le ayudó a él mismo— a penetrar en el sentido salvífico del sufrimiento.[1]

Los deportistas van en aumento, pero de forma aún más impresionante aumenta la falta de amor en el mundo y, si hemos sido creados y vamos en búsqueda de ese Dios que es Amor, ¿por qué no ofrecer el dolor de tantas horas de entrenamientos? Él nos regala constantemente la posibilidad de practicar, por tantas personas sedientas de amor y consuelo. ¿De qué nos sirve todo lo que hacemos si no se hace por amor? No se gana nada, porque sin amor no hay ganancia. Como dice San Pablo en su carta a Timoteo, “he combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida…”[2]

Ese día concluí mis entrenamientos, pensando en lo que haré con el inevitable dolor que seguirá apareciendo en este camino hacia al Ironman en Septiembre; mientras existan niños sufriendo en el mundo mi dolor tendrá un sentido pues No Love no gain.  

PS: Obviamente no fui yo a quien se le ocurrió todo esto, sino a nuestro maravilloso, delicado y amoroso Dios quien me regaló la posibilidad de encontrarme con el deporte en mi camino de crecimiento, y ante mis insistentes interrogantes respecto del destino de tanto dolor que no lograba comprender, me presentó a José, mi pequeño vecino, regalándome la extraordinaria posibilidad de quererlo y abrazarlo desde una pista de atletismo, para luego pensar en tantos otros, al nadar o pedalear sobre la bicicleta.

 

Colomba Serrano, fundadora de  “+Alla del deporte

 

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[1] Carta Apostolica Salvifici Doloris n°1.

[2] Segunda carta de San Pablo a Timoteo, Cap. 4

© Foto: Thepugfather

 

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