Testigos de Cristo en el nuevo milenio

Procedían de todas las partes del mundo las 550 personas que del 25 al 30 de noviembre del 2000 participaron en la Domus Pacis de Roma en el Congreso del laicado católico, organizado por el Consejo Pontifìcio para los Laicos con el tema: "Testigos de Cristo en el nuevo milenio". Junto a los miembros y consultores del dicasterio estaban presentes los delegados laicos de las conferencias episcopales de más de 90 países y los representantes de 114 realidades agregativas - asociaciones internacionales de fieles, organizaciones, movimientos eclesiales, nuevas comunidades -, que son una expresión significativa de la participación de los fieles laicos en la vida y misión de la Iglesia y de su compromiso de testimonio cristiano en los distintos ámbitos de la vida social, económica, política y cultural. Entre los participantes también había cardenales, obispos, representantes de otros dicasterios de la Curia romana, superiores mayores de congregaciones religiosas masculinas y femeninas, asistentes eclesiásticos de organizaciones internacionales católicas y observadores ecuménicos.

La dimensión jubilar del congreso se puso de relieve dentro de un programa rico en tiempos de oración y celebraciones litúrgicas, cuyo momento culminante se vivió el domingo 26 de noviembre, fiesta de Nuestro Señor Rey del Universo, cuando los congresistas se unieron a todos los peregrinos en la basílica de San Pedro para celebrar con el Santo Padre el Jubileo del apostolado de los laicos.

En el curso de los trabajos, como había auspiciado Juan Pablo II (cfr. "L'Osservatore Romano", 1-2 de marzo de 1999, p.5), los participantes hicieron un balance del camino del laicado desde el Concilio Vaticano II hasta el Gran Jubileo de la Encarnación, atentos a identificar los signos de la presencia de Dios y a acoger los signos de la novedad de vida suscitada por el Espíritu Santo entre los fieles laicos de nuestro tiempo. El primer día, después del saludo de S.Em. el Cardenal James Francis Stafford, tres ponencias seguidas de intervenciones complementarias encuadraron el tema del Congreso: "Balance de un siglo y perspectivas para una nueva fase histórica: retos al testimonio cristiano", del profesor Pedro Morandé, de la Universidad Católica de Chile; "La misión de la Iglesia en los albores del Tercer Milenio:  discípulos y testigos del Señor", de S.E. Mons. Angelo Scola, Rector Magnífico de la Universidad Pontificia Lateranense (Roma); "El Concilio Vaticano II, piedra miliar en el camino del laicado católico", de S.E. Mons. Stanisław Ryłko, Secretario del Consejo Pontificio para los Laicos. Los tres días sucesivos la reflexión se centró en las dimensiones esenciales de la vida de los fieles laicos: la vocación, la misión y la formación. Los temas fieron tratados en tres mesas redondas precedidas por una ponencia introductoria: "Las raíces bautismales de la identidad de los Christifideles" de S.E. Mons. André-Mutien Léonard, Obispo de Namur (Bélgica); "Testigos de una novedad de vida", de S.Em. el Cardenal Jean-Marie Lustiger, Arzobispo de París (Francia); "Hacia la madurez hurnana y cristiana", de S.E. Mons. Robert Sarah, Arzobispo de Conakry (Guinea).

La fecundidad del camino de los fieles laicos en el curso de los últimos decenios - escribió el Papa en el mensaje autógrafo dirigido a los congresistas - se puede verificar en que los fieles laicos  «han adquirido una conciencia más clara de su dignidad de bautizados [...], de su vocación cristiana [...] y de su adhesión a la Iglesia». En esta fase de madurez ha contribuido mucho el Concilio Vaticano II, a cuya enseñanza hay que volver continuamente, así como las «diversas asociaciones [...]. Sobre todo en nuestro tiempo, constituyen un significativo medio para una formación cristiana más profunda y para una actividad apostólica más eficaz». Pero en el clima de difundida secularización que caracteriza nuestra sociedad - añadió - todos los creyentes tienen que sentirse llamados a un nuevo impulso misionero. Y los laicos están llamados a anunciar a Cristo «con el testimonio de vida y con la palabra [...] en todas las circunstancias y situaciones, en todo ambiente social, cultural y político» y están también llamados a asumir la parte de responsabilidad en la vida de las comunidades eclesiales a las que pertenecen porque «ningún bautizado puede permanecer ocioso». Juan Pablo ll, subrayando la importancia que tiene en la vida de la Iglesia el papel de los laicos, recordó que, durante las duras persecuciones que la Iglesia ha sufrido en el siglo XX en amplias áreas del mundo, «sobre todo gracias al valiente testimonio de fieles laicos, a veces incluso hasta el martirio, la fé no ha sido erradicada de la vida de pueblos enteros». Y siguiendo las huellas de su ejemplo luminoso - concluyó el Papa - es como «esta generación tiene la misión de llevar el Evangelio a la humanidad del futuro» (Vaticano, 21 de noviembre de 2000).

)Qué laicos para el Tercer milenio? El último día, esta perspectiva fue trazada por S. Em. el Cardenal Bernard Francis Law, Arzobispo de Boston (Estados Unidos), y por el Secretario del dicasterio, profesor Guzmán Carriquiry, que presentó el mensaje con el que los participantes del congreso concluyeron sus trabajos y del que publicamos algunos párrafos.

«Conscientes de la misión real, sacerdotal y profética que se deriva de nuestro bautismo - ellos escriben - reafirmamos con fuerza nuestra pertenencia cristiana con el compromiso renovado de responder en total sintonía con el Magisterio a nuestra vocación y misión en la Iglesia y en el mundo [...]. Asumimos la responsabilidad de vivir el Evangelio y, en un mundo caracterizado por la indiferencia, nihilismo, relativismo ético y amenazado por una cultura de la muerte cada vez más extensa, nos comprometemos a buscar las formas de anunciar a Cristo, el único Salvador del mundo [...]. Conscientes de que para llegar al corazón del hombre contemporáneo, el testimonio dice más que las palabras, nunca dejaremos de interrogarnos sobre el signifìcado de nuestro ser cristianos, hoy, aquí y ahora, y no nos cansaremos de colaborar con todos los cristianos, los creyentes de otras confesiones, los hombres de buena voluntad en la construcción una sociedad más humana, llevando la luz del evangelio a todas las dimensiones de la vida, en el amor conyugal y en la educación de los hijos, con las amistades, en el estudio, en el trabajo, en la política, en el compromiso para la tutela de la dignidad de cada persona, sobre todo de quien sufie o vive en la injusticia o miseria [...]. Llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, somos conscientes que tenemos que llevar a nuestra sociedad lo específico de nuestra fe, como testigos valientes de Cristo, preparados a aceptar la cruz y a acoger el mayor desafío, que es la santidad, humanidad verdadera y plenitud de la vida cristiana. Humildemente ciertos de la obra del Señor en nuestra vida, nos encaminamos en el nuevo milenio, llevando en el corazón las palabras de Jesús: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5)».

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