“Jesús, fuente de misericordia”

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Hoy es la jornada de la Vigilia, del largo encuentro con los jóvenes en el Campus Misericordiae, pero también es el día de Łagiewniki, lugar de santa Faustina Kowalska. En el Santuario de la Divina Misericordia el Papa atravesó la Puerta de la Misericordia y después confesó a ocho jóvenes, en lengua italiana, francesa y española. Antes de entrar en la iglesia del Santuario, el Papa se asomó desde la balaustrada externa del piso superior y saludó a los miles de jóvenes que le estaban esperando desde primeras horas de la mañana. A continuación se trasladó al cercano Centro San Juan Pablo II, donde celebró la mesa para el clero polaco, a quienes repitió la “gran invitación” de san Juan Pablo II: “¡Abrid las puertas!”. “En nuestra vida como sacerdotes y personas consagradas, se puede tener con frecuencia la tentación de quedarse un poco encerrados, por miedo o por comodidad, en nosotros mismos y en nuestros ámbitos – amonestó el Papa –. Pero la dirección que Jesús indica es de sentido único: salir de nosotros mismos. Es un viaje sin billete de vuelta. Se trata de emprender un éxodo de nuestro yo”, porque “a Jesús no le gustan los recorridos a mitad, las puertas entreabiertas, las vidas de doble vía. Pide ponerse en camino ligeros, salir renunciando a las propias seguridades, anclados únicamente en él”.

“Cada uno de nosotros – dijo Francisco concluyendo la homilía – guarda en el corazón una página personalísima del libro de la misericordia de Dios: es la historia de nuestra llamada, la voz del amor que atrajo y transformó nuestra vida, llevándonos a dejar todo por su palabra y a seguirlo”. “Como a Tomás, nos da la gracia de seguir escribiendo su Evangelio de amor”.

El almuerzo con los 13 jóvenes se desarrolló en un clima muy sencillo y espontáneo. Eran dos jóvenes por cada uno de los cinco continentes, más dos polacos representando al país anfitrión y la joven portavoz del Comité Organizador Local, Dorota Abdelmoula. Durante la comida, la conversación tuvo lugar en cinco lenguas, sobre todo en italiano y español.

Mientras tanto, ya desde la mañana, inició la peregrinación de los jóvenes. Era una fila larga, interminable y variopinta de jóvenes que lentamente llenaban el Campus Misericordiae, enorme explanada entre la periferia de Cracovia y la ciudad de Wieliczka, donde tendrán lugar los dos últimos actos de la Jornada Mundial de la Juventud, es decir la Vigilia de esta tarde y la Misa final de mañana por la mañana.

El trayecto es de unos 12 km. A lo largo de camino, familias polacas que viven en la zona del trayecto están ofreciendo comida, agua y artículos de uso personal a los peregrinos que, en algunos casos, se mojan con agua, pues está haciendo mucho sol.

En esta área han realizado dos obras signo de la JMJ, una casa de rehabilitación para ancianos, llamada “Campus Misericordiae” y un centro Cáritas llamado “El pan de la misericordia”, que será un almacén de alimentos donados para los necesitados de la diócesis de Cracovia.

Antes de llegar al lugar de la Vigilia, el Papa realizó una breve visita en la iglesia de San Francisco, muy cerca del arzobispado, donde se veneran las reliquias de dos mártires franciscanos, asesinados por guerrilleros maoístas del “Sendero luminoso” el 9 de agosto de 1991, en Pariacoto en Perú. Aquí el Papa dijo una “Oración por la paz y por el fin de la violencia y el terrorismo”.

Cuando llegó al Campus Misericordiae, como primer acto, el papa Francisco atravesó la Puerta Santa tomando de la mano a seis jóvenes, tres varones y tres mujeres, en representación de los cinco continentes (América tiene dos representantes, uno para América del Norte y el otro para América del Sur). A continuación invitó a estos jóvenes, cosa que no estaba programada, a que subieran en su papamóvil para hacer con él la vuelta por el Campus, provocando así una reacción de gran sorpresa, mientras Francisco sonreía contento.

El inicio de la Vigilia se caracterizó por los tres testimonios de tres jóvenes. Natalia, una joven polaca, contó su experiencia: “Tenía éxito en el trabajo, salía con jóvenes guapos e iba de fiesta en fiesta, y esto era el sentido de mi vida. Todo iba bien”, siguió la joven polaca; “sólo que ese día me desperté con ansiedad y pensé que lo que hago de mi vida está lejos de ser bueno. Entendí que aquel día tenía que ir a confesarme”. Ese momento fue la conversión de su vida.

Rand Mittri, una mujer joven de 26 años, de Alepo, en Siria, llevó al Campus Misericordiae ante el Papa y sus coetáneos el drama de los prófugos sirianos. “El sentido de nuestra vida ha sido destruido”. Y continuó diciendo: “Quizás a muchos de vosotros les cueste comprender lo que sucede ahora en mi amado país. Me cuesta dar, en pocas frases, una imagen de la vida llena de dolor. Cada día vivimos rodeados de la muerte. Pero, como vosotros, cada mañana cerramos la puerta cuando vamos al trabajo o al colegio. Es en ese momento que nos atenaza el miedo de no poder volver a entrar en nuestras casas y encontrar a nuestras familias”. “Dios, ¿dónde estás?, es la pregunta que nos ponemos a menudo. Pero mi fe en Jesucristo es la razón de mi alegría y mi esperanza. Nadie será capaz de quitarme esta auténtica alegría”.

“He tomado droga durante dieciséis años, desde la edad de once años”, así comienza el testimonio de Miguel, de 34 años, de Asunción en Paraguay. El abandono de la escuela, a los 15 años la cárcel, y después de cada puesta en libertad la recaída en el crimen. Después de la salida definitiva de la prisión, un sacerdote amigo de la familia invitó a Miguel a un grupo llamado ‘Fazenda de la Esperanza’, y contó que “por primera vez he sentido que tenía una familia”. Por fin la confesión y el perdón: “Dios nos transforma de verdad, nos restaura”. Desde hace diez años ha recuperado completamente la salud y ahora es responsable de la casa ‘¿Quo vadis?’, en la Fazenda de la Esperanza en el Cerro Chato.

En su meditación, el Santo Padre retomó estas experiencias y estas esperanzas: “Seamos conscientes de una realidad: para nosotros, hoy y aquí, provenientes de distintas partes del mundo, el dolor, la guerra que viven muchos jóvenes, deja de ser anónima, para nosotros deja de ser una noticia de prensa, tiene nombre, tiene rostro, tiene historia, tiene cercanía”.

Durante la Vigilia en el Campus Misericordiae, está presente el dolor y el sufrimiento de tantas personas, de tantos jóvenes como la valiente Rand, que está aquí en medio a nosotros y nos pide que recemos por su amado país. “Existen situaciones que nos pueden resultar lejanas hasta que, de alguna manera, las tocamos. Hay realidades que no comprendemos porque sólo las vemos a través de una pantalla (del celular o de la computadora). Pero cuando tomamos contacto con la vida, con esas vidas concretas no ya mediatizadas por las pantallas, entonces nos pasa algo importante, sentimos la invitación a involucrarnos: ‘No más ciudades olvidadas’, ya nunca puede haber hermanos ‘rodeados de muerte y homicidios’ sintiendo que nadie los va a ayudar”. Por eso la invitación “a rezar juntos por el sufrimiento de tantas víctimas de la guerra, de esta guerra que hoy existe en el mundo, para que de una vez por todas podamos comprender que nada justifica la sangre de un hermano, que nada es más valioso que la persona que tenemos al lado”.

“Son signo vivo de lo que la misericordia quiere hacer en nosotros – dijo el Papa –. Nosotros no vamos a gritar ahora contra nadie, no vamos a pelear, no queremos destruir, no queremos insultar. Nosotros no queremos vencer el odio con más odio, vencer la violencia con más violencia, vencer el terror con más terror. Nosotros hoy estamos aquí porque el Señor nos ha convocado. Y nuestra respuesta a este mundo en guerra tiene un nombre: se llama fraternidad, se llama hermandad, se llama comunión, se llama familia. Celebramos el venir de culturas diferentes y nos unimos para rezar. Que nuestra mejor palabra, que nuestro mejor discurso, sea unirnos en oración”. A continuación invitó a los miles de jóvenes presentes, provenientes de 187 naciones: “Hagamos un rato de silencio y recemos; pongamos ante el Señor los testimonios de estos amigos, identifiquémonos con aquellos para quienes ‘la familia es un concepto inexistente, y la casa sólo un lugar donde dormir y comer’, o con quienes viven con el miedo de creer que sus errores y pecados los han dejado definitivamente afuera. Pongamos también las ‘guerras’, vuestras guerras y las nuestras, las luchas que cada uno trae consigo, dentro de su corazón”.

“Hemos visto cómo ellos, al igual que los discípulos, han vivido momentos similares, han pasado momentos donde se llenaron de miedo, donde parecía que todo se derrumbaba”. De este modo, el Papa resumió los tres testimonios escuchados en el Campus Misericordiae. “El miedo y la angustia que nace de saber que al salir de casa uno puede no volver a ver a los seres queridos, el miedo a no sentirse valorado ni querido, el miedo a no tener otra oportunidad. Ellos – dijo al continuar su meditación – nos compartieron la misma experiencia que tuvieron los discípulos, han experimentado el miedo que sólo conduce a un sitio. ¿A dónde nos lleva el miedo? Al encierro. Y cuando el miedo se acovacha en el encierro siempre va acompañado por su ‘hermana gemela’: la parálisis, sentirnos paralizados. Sentir que en este mundo, en nuestras ciudades, en nuestras comunidades, no hay ya espacio para crecer, para soñar, para crear, para mirar horizontes, en definitiva para vivir, es de los peores males que se nos puede meter en la vida, especialmente en la juventud. La parálisis nos va haciendo perder el encanto de disfrutar del encuentro, de la amistad; el encanto de soñar juntos, de caminar con otros. Nos aleja de los otros, nos impide dar la mano, como hemos visto [en la coreografía], todos encerrados en esas cabinas de cristal”.

No debemos ceder a la tentación de “creer que para ser feliz necesitamos un buen sofá/canapé. Un sofá que nos ayude a estar cómodos, tranquilos, bien seguros. Un sofá —como los que hay ahora, modernos, con masajes adormecedores incluidos— que nos garantiza horas de tranquilidad para trasladarnos al mundo de los videojuegos y pasar horas frente a la computadora. Un sofá contra todo tipo de dolores y temores. Un sofá que nos haga quedarnos cerrados en casa, sin fatigarnos ni preocuparnos. La ‘sofá-felicidad’ – advirtió Francisco – es probablemente la parálisis silenciosa que más nos puede perjudicar … porque poco a poco, sin darnos cuenta, nos vamos quedando dormidos, nos vamos quedando embobados y atontados … mientras otros —quizás los más vivos, pero no los más buenos— deciden el futuro por nosotros”.

“Queridos jóvenes, no vinimos a este mundo a «vegetar», a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella. Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella”. “Es muy triste – constató el Papa – pasar por la vida sin dejar una huella. Pero cuando optamos por la comodidad, por confundir felicidad con consumir, entonces el precio que pagamos es muy, pero que muy caro: perdemos la libertad. No somos libres de dejar una huella. Perdemos la libertad”. “Y hay mucha gente – exclamó el Papa – que quiere que los jóvenes no sean libres; tanta gente que no os quiere bien, que os quiere atontados, embobados, adormecidos, pero nunca libres”.

“El tiempo que hoy estamos viviendo no necesita jóvenes-sofá, sino jóvenes con zapatos; mejor aún, con los botines puestos”. En la parte final de la meditación, el Papa dijo con convicción que “Jesús es el Señor del riesgo, es el Señor del siempre ‘más allá’. Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de Dios, la alegría que deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de misericordia. Ir por los caminos siguiendo la ‘locura’ de nuestro Dios que nos enseña a encontrarlo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo, en el amigo caído en desgracia, en el que está preso, en el prófugo y el emigrante, en el vecino que está solo. Ir por los caminos de nuestro Dios que nos invita a ser actores políticos, pensadores, movilizadores sociales. Que nos incita a pensar en una economía más solidaria que esta”. Nuestro tiempo, instó Francisco usando una metáfora del fútbol, “sólo acepta jugadores titulares en la cancha, no hay espacio para suplentes. … La historia nos pide hoy que defendamos nuestra dignidad y no dejemos que sean otros los que decidan nuestro futuro”. El Señor, aseguró el Papa, “quiere tus manos para seguir construyendo el mundo de hoy. Él quiere construirlo contigo. Y tú, ¿qué respondes? ¿Qué respondes tú? ¿Sí o no?”. “Jesús te proyecta al horizonte, nunca al museo”.

“Construir puentes: ¿Sabéis cuál es el primer puente que se ha de construir? Un puente que podemos realizarlo aquí y ahora: estrecharnos la mano, darnos la mano. Ánimo, hacedlo ahora. Construid este puente humano, daos la mano, todos: es el puente primordial, es el puente humano, es el primero, es el modelo… Es el gran puente fraterno, y ojalá aprendan a hacerlo los grandes de este mundo... pero no para la fotografía, … sino para seguir construyendo puentes más y más grandes”.

Francisco terminó la meditación en el Campus Misericordiae con la invitación a la multitud de jóvenes allí presentes: “Que éste puente humano sea semilla de tantos otros; será una huella”.

“Tened valentía para enseñarnos que es más fácil construir puentes que levantar muros. Necesitamos aprender esto. Y todos juntos pidamos que nos exijáis transitar por los caminos de la fraternidad. Que seáis vosotros nuestros acusadores – dijo el Papa – cuando nosotros elegimos la vía de los muros, la vía de la enemistad, la vía de la guerra”.

La Vigilia concluyó con la adoración eucarística,  preparando la noche, iluminada de 1.600.000 velas – esta es la estimación de participantes – que muchos pasarán bajo las estrellas, en el Campus Misericordiae.

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