La crueldad no terminó en Auschwitz

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“Arbeit macht frei”. Es la puerta de ingreso a los horrores del campo de concentración más famoso del mundo, donde fueron exterminados tantos judíos. El Papa pasó allí esta mañana, siendo el tercer papa que atraviesa esa puerta después de Juan Pablo II, hijo de Polonia, y Benedicto XVI, hijo de Alemania. El papa Francisco, primer papa latinoamericano de la Historia, a diferencia de sus predecesores, eligió el silencio. No pronuncia palabra alguna, pero hace gestos muy significativos: se detiene durante un cuarto de hora para rezar junto al ingreso del campo, besa el palo de los ahorcamientos, moderna cruz para tantos torturados, saluda a once sobrevivientes y se detiene junto a uno de ellos; por último reza de nuevo, él solo, en la celda donde estuvo preso Maximiliano Kolbe.

Después, un homenaje silencioso en Birkenau junto al monumento a las Víctimas de las Naciones y el encuentro con 25 “justos de las naciones”, personas que, a pesar del grave riesgo personal, se empeñaron por salvar a judíos durante la persecución nazi.

"¡Señor, ten piedad de tu pueblo! ¡Señor, perdón por tanta crueldad!". Este es el texto, en español, que el Papa dejó, junto a su firma, en el “Libro de Visitas” de Auschwitz. Son las únicas palabras que han marcado la visita, de casi dos horas, de los campos de exterminio de Auschwitz y Birkenau.

En la tarde tuvo lugar la visita en el hospital pediátrico de Prokocim, famoso y vanguardista por la calidad de las estructuras, y que ya había sido visitado por Juan Pablo II en el año 1991. “Me gustaría poder estar un poco cerca de cada niño enfermo, junto a su cama, abrazarlos uno a uno, escuchar por un momento a cada uno de vosotros y juntos guardar silencio ante las preguntas para las que no existen respuestas inmediatas. Y rezar. El Evangelio nos muestra en repetidas ocasiones al Señor Jesús que encuentra a enfermos, los acoge, y también que va con gusto a encontrarlos – dijo el papa Francisco –. Él siempre se fija en ellos, los mira como una madre mira al hijo que no está bien, siente vibrar dentro de ella la compasión. Cómo quisiera que, como cristianos, fuésemos capaces de estar al lado de los enfermos como Jesús, con el silencio, con una caricia, con la oración”. “Animo a todos los que han hecho de la invitación evangélica a ‘visitar a los enfermos’ una opción personal de vida: médicos, enfermeros, todos los trabajadores de la salud, así como los capellanes y voluntarios. Que el Señor os ayude a realizar bien vuestro trabajo, en este como en cualquier otro hospital del mundo”. “Que el Señor os recompense dándoos paz interior y un corazón siempre capaz de ternura”.

A continuación se trasladó a Błonia, al gran parque donde se reunieron unos 700.000 jóvenes para el rezo del Vía Crucis, dedicado a las obras de la misericordia. El esquema de las 14 estaciones, que se desarrolla mientras la cruz se acerca al altar constó de algún pasaje del Evangelio, una breve meditación, un gesto artístico que expresa lo esencial de la estación y un enlace de vídeo que representa a una comunidad o asociación comprometida en el campo sugerido por la obra de la misericordia unida a la estación misma. El papa Francisco concluye con una meditación: “¿Dónde está Dios, si en el mundo existe el mal, si hay gente que pasa hambre o sed, que no tienen hogar, que huyen, que buscan refugio? ¿Dónde está Dios cuando las personas inocentes mueren a causa de la violencia, el terrorismo, las guerras? ¿Dónde está Dios, cuando enfermedades terribles rompen los lazos de la vida y el afecto? ¿O cuando los niños son explotados, humillados, y también sufren graves patologías? ¿Dónde está Dios, ante la inquietud de los que dudan y de los que tienen el alma afligida? Hay preguntas para las cuales no hay respuesta humana – continuó el Papa –. Sólo podemos mirar a Jesús, y preguntarle a él. Y la respuesta de Jesús es esta: ‘Dios está en ellos’, Jesús está en ellos, sufre en ellos, profundamente identificado con cada uno”. “Jesús mismo – recordó Francisco – eligió identificarse con estos hermanos y hermanas que sufren por el dolor y la angustia, aceptando recorrer la vía dolorosa que lleva al calvario. Él, muriendo en la cruz, se entregó en las manos del Padre y, con amor de oblativo, cargó consigo las heridas físicas, morales y espirituales de toda la humanidad. Abrazando el madero de la cruz, Jesús abrazó la desnudez y el hambre, la sed y la soledad, el dolor y la muerte de los hombres y mujeres de todos los tiempos”. “Nuestra credibilidad como cristianos depende del modo en que acogemos a los marginados que están heridos en el cuerpo y al pecador herido en el alma. No en las ideas”. Lo repitió el Papa dos veces en el discurso final del Vía Crucis en el Parque Błonia, añadiendo espontáneamente: “No en las ideas, allí”.

“Sin la misericordia no se puede hacer nada, sin la misericordia yo, tú, todos nosotros, no podemos hacer nada”, aseguró el Papa. En el discurso, que en la tarde concluyó el Vía Crucis del Parque Błonia, recordó que “recorriendo la Via Crucis de Jesús, hemos descubierto de nuevo la importancia de configurarnos con él mediante las 14 obras de misericordia. Ellas nos ayudan a abrirnos a la misericordia de Dios, a pedir la gracia de comprender que sin la misericordia no se puede hacer nada, sin la misericordia yo, tú, todos nosotros, no podemos hacer nada. Veamos primero – exhortó el Papa – las siete obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; vestir al desnudo; acoger al forastero; asistir al enfermo; visitar a los presos; enterrar a los muertos. Gratis lo hemos recibido, gratis lo hemos de dar – dijo el Papa –. Estamos llamados a servir a Jesús crucificado en toda persona marginada, a tocar su carne bendita en quien está excluido, tiene hambre o sed, está desnudo, preso, enfermo, desempleado, perseguido, refugiado, emigrante. Allí encontramos a nuestro Dios, allí tocamos al Señor. Jesús mismo nos lo ha dicho, explicando el «protocolo» por el cual seremos juzgados: cada vez que hagamos esto con el más pequeño de nuestros hermanos, lo hacemos con él”.

“En esta tarde, queridos jóvenes, el Señor os invita de nuevo a que seáis protagonistas de vuestro servicio; quiere hacer de vosotros – es su invitación – una respuesta concreta a las necesidades y sufrimientos de la humanidad; quiere que seáis un signo de su amor misericordioso para nuestra época. Para cumplir esta misión, él os señala la vía del compromiso personal y del sacrificio de sí mismo: es la vía de la cruz”.

“La vía de la cruz es la vía de la felicidad de seguir a Cristo hasta el final, en las circunstancias a menudo dramáticas de la vida cotidiana” – continuó el Papa –; la vía de la cruz “es la vía que no teme el fracaso, el aislamiento o la soledad, porque colma el corazón del hombre de la plenitud de Cristo. La vía de la cruz es la vía de la vida y del estilo de Dios, que Jesús manda recorrer a través también de los senderos de una sociedad a veces dividida, injusta y corrupta”. “La vía de la cruz es la única que vence el pecado, el mal y la muerte, porque desemboca en la luz radiante de la resurrección de Cristo, abriendo el horizonte a una vida nueva y plena. Es la vía de la esperanza y del futuro. Quien la recorre con generosidad y fe, da esperanza al futuro y a la humanidad”.

En la tarde, el papa Francisco se asomó por tercera y última vez por la ventana del arzobispado, dirigiéndose especialmente a los enfermos, a los sintecho y los discapacitados. En un cierto modo, el Santo Padre resumió la intensa jornada de hoy con las palabras: “La crueldad no ha terminado en Auschwitz”. “Hemos rezado el Via Crucis: el dolor y la muerte de Jesús por todos nosotros. Estamos unidos a Jesús sufriente. Pero no sólo sufriente hace dos mil años, sino también hoy”, dijo partiendo del último encuentro durante el Vía Crucis en el Parque de Błonia. “Sufre tanta gente: los enfermos, los que están en guerra, los sin techo, los hambrientos, los que dudan de la vida, que no sienten la felicidad, la salvación, o que sienten el peso del propio pecado”. “¡Cuánto dolor, cuánta crueldad!” exclamó Francisco. “Pero, ¿es posible que nosotros los hombres, creados a semejanza de Dios, seamos capaces de hacer estas cosas? Se han cometido estas. No quisiera entristeceros, pero debo decir la verdad”, son las palabras dirigidas a los jóvenes. “La crueldad no ha terminado en Auschwitz, en Birkenau: también hoy, hoy se tortura a la gente; tantos presos son torturados, inmediatamente, para hacerlos hablar. Es terrible. Hoy, hombres y mujeres están en las cárceles superpobladas; viven ―perdonadme― como animales. Hoy se da esta crueldad”. Y el Papa aseguró: “En esta realidad, Jesús ha venido para cargarla sobre su espalda. Y nos pide rezar. Pedimos por todos los Jesús que hoy existen en el mundo: los hambrientos, los sedientos, los dudosos, los enfermos, los que están solos, los que sienten el peso de tantas dudas y culpas. Sufren mucho. Recemos por tantos niños enfermos, inocentes, que llevan la cruz desde pequeños. Y recemos por tantos hombres y mujeres que hoy son torturados en muchos países del mundo; por los encarcelados hacinados allí, como si fueran animales. Es triste – repitió – lo que os digo, pero es la realidad. Pero también es realidad que Jesús ha cargado con todas estas cosas. También con nuestro pecado”. “Todos los que estamos aquí somos pecadores, llevamos el peso de nuestros pecados. No sé si alguno no se siente pecador. Si alguno no se siente pecador – invitó el Papa – que levante la mano. Todos somos pecadores. Pero él nos ama, nos ama. Y obramos, como pecadores, pero como hijos de Dios, hijos de su Padre. Recemos todos juntos una oración por esta gente que hoy sufre en el mundo tantas cosas feas, tantas maldades. Y cuando hay lágrimas, el niño busca a la mamá; también nosotros, pecadores, somos niños, buscamos a la Mamá, y recemos todos juntos a la Virgen, cada uno en su idioma”. “Os deseo una buena noche y buen descanso. Rezad por mí. Y mañana continuaremos esta bella Jornada de la Juventud. Muchas gracias”.

 

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