Juan Pablo II: la dimensión materna del ministerio petrino

Carmen Álvarez
Carmen Álvarez Alonso -- España


Resulta aún sobrecogedor el recuerdo de aquel clamor multitudinario que resonó en la Plaza de san Pedro durante el funeral de Juan Pablo II, celebrado el 8 de abril de 2005. Aquel “santo subito!”, que unió a miles de peregrinos en el reconocimiento de un modelo de santidad, resuena ahora con acentos nuevos, a pocas horas de la canonización del Beato Juan Pablo II. El tiempo se encarga de engrandecer, con dimensiones aún insospechadas, el legado de este Papa, único en la historia de la Iglesia, que logró conducir hacia una fresca y novedosa madurez la aplicación del Concilio Vaticano II.

La Iglesia, y de una manera especial la mujer, siempre se sentirá deudora de su Magisterio. Entrelazada con su propia biografía y con su dedicación pastoral a los matrimonios, con los que aprendió a amar el amor humano, se fue gestando esa teología de la feminidad y de la mujer, que recorre como hilo de oro todo su pontificado. Juan Pablo II anunció con valentía y belleza ese “Evangelio de la mujer”, con el que supo iluminar la verdad deslumbrante de la maternidad y el significado de lo femenino en el plan de Dios. Son numerosos, y todavía muy desconocidos, los documentos en los que él habló sobre la dignidad de la mujer, la peculiaridad de su vocación y la belleza de la maternidad. Todo un legado que él entregó a la Iglesia, y en especial a la mujer, como un don fresco y nuevo, a la vez que como una tarea siempre urgente y actual.

La maternidad de la mujer es una verdadera escuela de humanidad. Nos enseña a todos a custodiar la vida y el amor, a amar al hombre por sí mismo, a llevar dentro, junto al corazón, ese tesoro de lo humano, en el que Dios dejó impresa para siempre su bella imagen divina. El bien común de los pueblos y sociedades, y aun el bien mismo de la Iglesia, reclama con especial urgencia de la mujer que sepa redescubrir la belleza y la potencialidad humana y espiritual que ha recibido en el don de la maternidad. Está en juego el futuro mismo del hombre y de todo lo humano, y con ello está en juego el misterio mismo de Dios. Este tesoro del hombre, esta custodia de lo humano, que Juan Pablo II asoció de una manera especial a la vocación y a la entrega materna de la mujer, fue también el tesoro que él mismo veló y custodió a través de su pontificado y de su magisterio. Supo así entregar a la Iglesia una enseñanza única y personal, que ha quedado escrita en las páginas de su propia vida: la dimensión materna de su sacerdocio y, en especial, de su ministerio petrino. Con esta enseñanza, tan propia y característica de su magisterio, no sólo ilustró con su vida todo lo que él escribió sobre la mujer sino que desveló esa profunda dimensión sacerdotal que está tan intimamente unida al al ministerio de la maternidad. El eco de aquella imagen materna que san Pablo utiliza para expresar la belleza de la maternidad apostólica (cf. 1 Ts 2,7; Ga 4,19) resuena con una fuerza única y especial en la enseñanza y en el pontificado de Juan Pablo II.

Nos queda aún mucho camino por recorrer en la urgente tarea de sondear y profundizar en los fundamentos de esa Teología de la feminidad, que Juan Pablo II dejó magistralmente esbozada en sus enseñanzas. Nunca será suficiente la gratitud que la Iglesia debe tributar a este “Papa de la mujer” por ese magisterio único y precioso, que con tanta valentía y elegancia supo dar respuesta a uno de los más imperiosos signos de nuestro tiempo. Que la próxima canonización de Juan Pablo II sea para toda la Iglesia una ocación de especial gratitud a Dios, porque con su vida y su magisterio supo acoger y anunciar el Evangelio de la mujer, la belleza de la maternidad apostólica y la dimensión materna de su ministerio petrino. 

           

Carmen Álvarez Alonso

Madrid (España)

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