Una gran intelectual. La canonización equipolente de Hildegarda de Bingen

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Hildegarda de Bingen ha sido finalmente proclamada santa por la Iglesia después de siglos en que, a partir del momento de su muerte, ha sido venerada como santa, especialmente en el seno de la Orden benedictina, a la que pertenecía. Su figura majestuosa y compleja destaca en el panorama de un siglo tormentoso como fue el XII, donde su sabia y profética presencia desempeña un papel de gran importancia, ciertamente inédito para una mujer.

Monja, abadesa y fundadora de dos nuevos monasterios después dirigidos por ella misma con mano firme, desde pequeña experimenta visiones místicas, tiene el valor de hacer públicas sus visiones proféticas –escribirá al emperador Federico Barbarroja: «Te comportas como un niño»– y de escribir también, junto a los libros de mística y teología, textos de medicina y de análisis de los fenómenos naturales, del universo y del ser humano, proponiendo nuevas soluciones e intuiciones inéditas.

Con la certeza de ser portadora del mensaje divino también se dedica a la predicación, recorriendo varias regiones de Alemania, y hablando hasta en las iglesias. Incita a los Papas a la reforma, criticándoles también con dureza, explicando que el Espíritu Santo hablaba a través de ella -una mujer- porque la Iglesia, dirigida por hombres, había traicionado en muchos aspectos su naturaleza y su misión.

En su visión profética, realidad humana y realidad divina son una misma realidad, garantizada por el amor, que la mujer sabe encarnar. Ella ve y describe a Dios como una «luz viviente», una luz que también forma parte del ser humano: ella misma se define «sombra de la luz viviente».

Por tanto, no debe sorprender que la historiografía y la teología feministas se hayan dedicado con mucho empeño a redescubrir este personaje, y que los cd de su música –Hildegarda también era un buena compositora de música sacra– se encuentren en las librerías feministas de medio mundo y no sólo en las religiosas.

La mística renana es la prueba de que en el seno de la cultura cristiana era posible para una mujer -evidentemente excepcional– producir alta cultura y hacerse escuchar por los poderosos. Benedicto XVI en las reflexiones dedicadas a las figuras femeninas del medievo quiso reservarle dos discursos, y se inspiró precisamente en Hildegarda para declarar que «la teología puede recibir una contribución peculiar de las mujeres, porque ellas son capaces de hablar de Dios y de los misterios de la fe con su peculiar inteligencia y sensibilidad».

La canonización por equivalencia proclamada hoy llega, por tanto, a confirmar la relevancia que el Papa atribuye a esta mujer, la cual unió a las cualidades de mística las características de verdadera intelectual de su tiempo. Tan excepcional que para volver a encontrar una figura tan rica desde el punto de vista intelectual –dejando a un lado obviamente a las dos grandes Teresas, maestras del discurso místico– debemos llegar a otra santa alemana, Edith Stein.

 Lucetta Scaraffia, © L’Osservatore Romano 11 de mayo de 2012

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