El concepto de alteridad es central en la reflexión filosófica contemporánea y se encuentra a la base del pensamiento de muchos autores, en los cuales asume connotaciones a menudo significativamente diversas; sin embargo es un concepto que indica siempre la atención a aquello que no es asimilable a la lógica y a las exigencias de un único sujeto.
En esta breve reflexión se pretende mostrar de qué modo tal concepto puede constituir un válido instrumento para aprehender la peculiaridad de la diferencia entre mujer y hombre y para alcanzar este objetivo nos referiremos a la interpretación que nos ofrece Joseph de Finance[1] que en dos densas páginas se ocupa explícitamente de la diferencia entre los sexos[2].
La primera dimensión, constitutiva de la alteridad es indudablemente, como queda sugerido, la de la irreducibilidad: algo es otro cuando no nos podemos apropiar de él y cuando debemos reconocerlo en su consistencia real.
El segundo carácter, inseparable del primero, es el de la relacionalidad porque algo puede ser afirmado como otro solo si se presenta en una relación que es imprescindible porque, en su ausencia, habría una pura y simple “extrañeidad”.
Como fundamento de esta última característica tenemos, sin embargo, el rasgo más relevante de la alteridad, es decir, la necesidad de un “espacio común”, compartido; en el marco del cual la alteridad pueda destacarse y la relación instaurarse.
Sobre la base de los aspectos que hemos individuado se pueden además distinguir tres tipos de alteridad: la alteridad entre los objetos, la alteridad entre el sujeto y otro que puede ser un objeto o, a su vez, un sujeto y, finalmente, la alteridad interna al sujeto, entre los diversos estratos del yo.
La diferencia entre la mujer y el hombre pertenece obviamente al segundo tipo de alteridad, es decir, a la intersubjetiva; es más, se puede afirmar que ésta, por su originariedad es el prototipo de todas las diversas formas de alteridad interpersonal.
Entonces, se puede ver como todas las dimensiones de la alteridad, que ahora hemos evidenciado, connotan intrínsecamente la diferencia entre la mujer y el hombre y consienten aprehender sus aspectos más relevantes en su significado propiamente humano.
Ante todo, la diferencia se refiere a dos existentes que poseen, cada uno en sí mismo, un valor y una dignidad autónomos y ninguno de los dos puede ser considerado en función del otro, en una posición puramente instrumental y de subordinación jerárquica.
En segundo lugar, no obstante su diferencia, es más, justamente en virtud de ésta, la mujer y el hombre están constitutivamente en una relación tan profunda que toca todos los estratos de su ser, desde los físicos a los psíquicos hasta los de la más íntima espiritualidad: “el uno no se opone al otro si no porque son uno para el otro y su unidad será tanto más estrecha, tanto más afirmada, cuanto mejor sea respetada su diversidad”[3].
También la diferencia entre los sexos implica, como se ha visto respecto a la alteridad, la existencia de un “espacio común”, puesto que esta diferencia no puede en modo alguno significar “extrañeidad” entre los dos; tal espacio es constituido por la idéntica naturaleza humana que se actúa en ambos plenamente, pero con diferentes peculiaridades.
En tal modo, la relación resulta garantizada puesto que, por un lado la identidad de la naturaleza hace posible la relación, hasta su forma más alta que es la de la comunión, mientras, por el otro, la diferencia consiente el enriquecimiento recíproco en un intercambio en el cual cada uno de los dos dona y recibe al mismo tiempo.
Concluyendo estas sintéticas consideraciones, se puede evidenciar que la lectura de la diferencia como alteridad consiente evitar dos peligros opuestos entre ellos, pero igualmente graves, puesto que, mientras garantiza la irreducibilidad de la mujer y del hombre, salvaguardando la peculiaridad de ambos, permite fundar firmemente su relación, aprehendiendo su originariedad y al mismo tiempo, su valor propiamente humano.
Giorgia Salatiello
[1] DE FINANCE J., A tu per tu con l’altro. Saggio sull’alterità, Roma, 2004.