Noviembre-Diciembre 2010: "La luz de Chiara Badano"

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No hay quien no haya visto al menos un fragmento de las transmisiones que diversos canales de TV han dedicado a la beatificación de Chiara Badano, llamada también Chiara Luz, joven muerta a los 19 años de cáncer en los huesos (1971 – 1990) y beatificada por Su Excelencia el Arzobispo Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el 25 de septiembre de 2010 en el Santuario romano del Divino Amor. La beatificación fue una grande fiesta colectiva, de aquellas que quizá solo el Movimiento de los Focolares saben organizar y que tantas veces han animado los encuentros del Papa con los jóvenes, con las familias, con los sacerdotes. Durante los eventos de la beatificación parecían nuevos: - el programa introductivo a la Liturgia, con testimonios e impresiones de jóvenes; - la velada en el Aula Pablo VI ideada por jóvenes y para jóvenes: para hacerlos encontrarse con Chiara Luz, conocerla, aprender con ella y como ella a caminar juntos en la vía de la santidad.

Vale la pena evidenciar algunos aspectos de la beata que la Iglesia nos propone: Chiara Badano, una chica con una fe fuerte y cristalina, es la primera del Movimiento de los Focolares declarada Beata. Quizá los miembros del movimiento se hubieran esperado con razón uno de sus dirigentes como Igino Giordani o la misma Chiara Lubich, pero los caminos de la Iglesia tienen una lógica propia y los tiempos no son siempre los que uno se espera. Estupor y maravilla son lo apropiado en este ámbito.

La fuerza de la inocencia ha siempre fascinado. El perfume de santidad de esta muchacha hace evidente la mayor disposición de los pequeños al amor incondicional a Dios: sus almas no se han contaminado todavía con el polvo de mundo y también para la Iglesia es más fácil reconocer la santidad. Quien es adulto y asume responsabilidades inevitablemente toma decisiones que no gustan a alguno, hace afirmaciones que a unos parecen inocuas y a otros riesgosas…

El ambiente familiar es indispensable para comprender la atmósfera en la que Chiara vivió. Esto vale también para los ya beatos cónyuges Beltrame Quattrocchi y para el ambiente de familia. Maria Corsini escribió refiriéndose a sus hijos: «Las mamás… podrían quizá preguntarme cual es el secreto… que ha favorecido el desarrollarse de estas llamadas divinas. ¿Un ambiente de piedad concentrada? ¿Una vida de renuncias inexorables, penitencias, sacrificios, constricicones? ¿Altarcitos, oraciones sin fin? No lo sé: pero de nada de esto puede haber dependido la vocación de mis hijos, porque no había nada de esto. Nosotros buscábamos que sus almas, frescas y puras, estuvieran a reparo del influjo del mal; que respiraran vida cristiana y se nutrieran cotidianamente de la divina Eucaristía; que hicieran su breve meditación cada día, sin exasperarlos con excesivas opresiones; que gozaran el don de la vida, de las bellezas de la naturaleza mediante excursiones, subidas, en compañías sanas y en sintonía con nuestros principios; que amaran lealmente y con entusiasmo la patria y sus instituciones y los deberes que a ella están ligados; que conocieran la religión en sus bases y en sus cimas, y la sirvieran con coherencia. Eso es todo.»[1] En la historia de Chiara Badano se percibe que la espiritualidad del amor a cualquier precio envuelve toda la familia y alcanza incluso a los amigos que rodean, sostienen, rezan, se acercan a visitar, hacen milagros para no dejar a la chica y a su familia en el abandono.

Recorriendo la historia de Chiara se confirma la comunión profunda y única que se establece en particular entre una madre y su hija. Se percibe en las cartas, en los relatos, en las conversaciones citadas en el proceso que su comunión es el arquitrabe que une a la comunidad. Chiara sufre y pide ayuda, como todos hacen con su madre, pero sabe también consolarla, animarla, infundirle felicidad.

Su historia da valor al plan de Dios sobre la maternidad llamada a unir de modo único, a la vez visceral y espiritual, a dos criaturas recíprocamente obedientes. El 7 de octubre de 1990, Chiara se despide de su mamá dicéndole: «Sé feliz, ¡yo lo soy!». ¡Qué hermosa confirmación de la paradoja de la felicidad en el sufrimiento, hasta el punto de la muerte! Recuerda a Teresita de Lisieux, que ante el primer borbotón de sangre en su boca reaccionó susurrando: “Ecce, sponsus Venit”.

Giulia Paola di Nicola

 


[1] Tomado de: Un’aureola per due. Effatà, Torino, 2003.

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