“Veinte años después…..”

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Grupo de la delegación de la Santa Sede en la Conferencia de Beijing, 1995

Pilar Escudero de Jensen

Chilena, casada, 4 hijos y 4 nietos. Pertenece al Instituto de Familias de Schoenstatt. Asesora de la Vicaria de Pastoral del Arzobispado de Santiago, colaboradora de la Conferencia Episcopal de Chile y del CELAM. Miembro del Pontificio Consejo para los Laicos. Junto con su esposo Luis Jensen formó parte de la Delegación de la Santa Sede a la IV Conferencia sobre la Mujer convocada por Las Naciones Unidas en Beijing en septiembre 1995.

Hace 20 años nuestra hija mayor tenía 14 años, hoy conversando con ella y sus dos hijas mayores, de 8 y 5 años, les pregunté: ¿Cómo somos las mujeres? La respuesta inmediata de Trini, la pequeña, fue: “felices”, Ángeles se quedó pensando un rato y respondió: “especiales”… Luego vinieron una lluvia de características y adjetivos, todos ciertos, todos basados en ejemplos concretos de mujeres tan diferentes como sus compañeras de colegio, sus tías, la señora que vende flores en la calle o sus profesoras. Que alegría sería poder decir que todas las mujeres somos felices, sabemos que la realidad es muy compleja y que el dolor es parte también de nuestra vida. En lo que si podemos estar de acuerdo es que somos especiales, cada una con su dignidad y su identidad, su capacidad de amar y cuidar la vida, con sus dones y también mucho por superar, con su aporte insustituible buscando humanizar los ambientes que la rodean.

Hace 20 años, un martes 29 de agosto de 1995, el papa, San Juan Pablo II, también pensando en la mujer dirigía sus palabras a la delegación que representaría a la Santa Sede en la IV Conferencia sobre la Mujer en Beijing: “Durante los últimos meses, en diversas ocasiones, he atraído la atención hacia la posición de la Santa Sede y hacia la enseñanza de la Iglesia católica acerca de la dignidad, los derechos y las responsabilidades de las mujeres en la sociedad actual: en la familia, en los puestos de trabajo y en la vida pública. Me he inspirado en la vida y el testimonio de grandes mujeres dentro de la Iglesia a lo largo de los siglos, que fueron pioneras en la sociedad como madres, trabajadoras y líderes en los campos social y político, en profesiones de asistencia y como pensadoras y líderes espirituales”. Sus palabras fueron la inspiración con que partimos a lo que sabíamos era un tremendo desafío. Estábamos conscientes de que existían visiones muy diferentes respecto a la mujer y sus derechos, en que estarían presentes las historias, religiones y creencias de todo el mundo, las realidades tan contrapuestas que enfrentan las mujeres en distintas regiones del planeta, también la influencia y los intereses de los Estados y diversas organizaciones...

Aun sabiendo lo pequeños que nos sentíamos frente a la gran misión, el Papa expresó claramente: “Deseo que esta Conferencia alcance el éxito de su objetivo de garantizar a todas las mujeres del mundo igualdad, desarrollo y paz, mediante el pleno respeto de su igual dignidad y de sus inalienables derechos humanos, `para que puedan dar su contribución al bien de la sociedad.”

Veinte años después podemos preguntarnos si este propósito se ha cumplido, ¿que hemos entendido por igualdad de la mujer? ¿cómo se expresa? y respecto al desarrollo ¿en qué planos se ha logrado? ¿cuánto queda aún por avanzar? Largo podríamos conversar de estos aspectos tan importantes, conocemos las ideologías y corrientes de pensamiento que nos presentan diferentes modelos como el camino seguro para lograr las metas propuestas y cómo difieren en puntos clave con la visión y la propuesta de la Iglesia. Continuar el diálogo en estos aspectos es muy importante, en estos años ya tenemos experiencias suficientes para poder analizar sus consecuencias en la vida de mujeres y varones, en la complementación que ayuda a construir lo plenamente humano.

Quisiera detenerme en el tercer objetivo de la Conferencia, la paz. Basta estar al tanto de las noticias de estas semanas para darnos cuenta lo muy distantes que estamos de haber alcanzado éste propósito. En todos los continentes tenemos guerras y conflictos tremendos, la violencia en nuestras ciudades crece sin pausa, los migrantes y refugiados en busca de hogar son millones en todo el mundo. La enumeración de realidades de dolor e inseguridad es aún más larga, sin embargo quisiera detenerme en un aspecto más personal y cotidiano. ¿Qué pasa con el cultivo de la paz interior?, mujeres en paz consigo mismas ¿podrían irradiarla por testimonio y así ayudar más eficazmente a cambiar el rostro de ésta tierra nuestra?

Crecer en paz interior requiere ser capaces de conocernos y valorarnos a nosotras mismas, poder experimentar que nuestra dignidad nos permite descubrir también nuestra identidad, tanto en el plano natural como en el plano sobrenatural. Poder discernir el llamado de Dios, la vocación, las metas o mi ideal personal, aquello que es la misión de vida. En definitiva ser capaces de contemplar el amor y la misericordia de Dios, es fuente de alegría, serenidad y paz como lo expresa una y otra vez el Papa Francisco.

El mismo papa nos ayuda a concretizar aún más el significado y la trascendencia del ser mujer y varón al invitarnos a “cuidar la casa común” en la Encíclica Laudato si, pero ¿cómo hacerlo si no nos cuidamos a nosotros mismos, si descuidamos el cultivo de nuestro mundo tanto interior como exterior? Escribe el Papa en el N.155: “La ecología humana implica algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno….” Eso se expresa concretamente en que: “La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger el mundo entero como regalo del Padre y casa común….también la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don especifico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente”.

Mujeres constructoras de paz, que renovadas por dentro podamos ayudar a crecer en un “nosotros” por el bien de tantos, de los que amamos y de los que nos han sido confiados, de los que sufren y los que están solos. 20 años después, el domingo 30 de agosto de 2015, el Papa Francisco nos da una nueva clave en el Ángelus: “…no son las cosas exteriores las que nos hacen o no santos, sino el corazón que expresa nuestras intenciones, nuestras elecciones y deseos de hacerlo todo por amor a Dios. Las actitudes exteriores son la consecuencia de lo que hemos decidido en el corazón. No al revés. Si el corazón no cambia, no somos buenos cristianos. La frontera entre el bien y el mal no pasa fuera de nosotros sino más bien dentro de nosotros, podemos preguntarnos:¿dónde está mi corazón? Jesús decía: “Tu tesoro está donde está tu corazón”. ¿Cuál es tu tesoro?”

¿Cuál es nuestro tesoro, ese que nos hace “especiales” y que anhelamos descubrir para ser “feliz”? Éste cambio de corazón, ¿Podría traducirse también en un renovado compromiso y corresponsabilidad? Hace 20 años San Juan Pablo II terminaba sus palabras antes de que partiéramos a Beijing diciendo: “Con el espíritu de las grandes mujeres cristianas que han iluminado la vida de la Iglesia a lo largo de los siglos y que a menudo han impulsado a la Iglesia a volver a su misión y a su servicio esencial, exhorto a las mujeres de la Iglesia de hoy a adoptar nuevas formas de liderazgo en el servicio, y a todas las instituciones de Iglesia, a acoger esa contribución de las mujeres”.

Sigamos conversando, invitemos a María, tratemos de ir descubriendo con ella -y a través de su ejemplo- la voluntad de Dios para nosotras, con lo que somos y tenemos, con la alegría y la paz de sabernos amadas por el Padre.

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